El cine y la publicidad comparten multitud de códigos propios de su naturaleza audiovisual. Poseen significados culturales comunes y la función de difusores de realidades y ficciones ancladas en el ser humano y su existencia. Como manifestaciones estéticas dentro de un determinado contexto cultural, ambos tienen el poder de subrayar mensajes que transcienden la funcionalidad de la estructura narrativa en la que han sido insertados. La publicidad y el cine se convierten así en portadores de un poder persuasivo capaz de configurar las mentes de sus espectadores, de influir en los comportamientos sociales y de generar nuevas concepciones del mundo en que vivimos. El cine utiliza la publicidad para dotar de realismo a sus tramas a través de la utilización de productos y marcas existentes en el mercado; la publicidad experimenta con las técnicas del cine para incrementar su valor estético y captar la atención de los consumidores. Esta relación amplifica los valores y estereotipos sociales por lo que se hace necesaria una capacidad crítica renovada que permita al espectador discernir y evaluar la información recibida para poder aprehender nuevas visiones y elegir libremente.