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portada Juegos por la paz Para Trabajar con Niños a Partir de 6
Formato
Libro Físico
Editorial
Autor
Categoría
Infantil y Juvenil
Año
2003
Idioma
Español
N° páginas
192
Encuadernación
Tapa Blanda
Peso
Sin Información
ISBN
9505076614
ISBN13
9789505076611
N° edición
N/A

Juegos por la paz Para Trabajar con Niños a Partir de 6

Gamboa (Autor) · Editorial Bonum · Tapa Blanda

Juegos por la paz Para Trabajar con Niños a Partir de 6 - Gamboa

Infantil y juvenil

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Reseña del libro "Juegos por la paz Para Trabajar con Niños a Partir de 6"

Durante siglos, las sociedades humanas se han construido sobre la base de mitos surgidos a partir de algún acontecimiento real y trascendente que quedó grabado en la memoria de la comunidad. Desde un primer momento a ese hecho importante se lo embelleció para que fuera más atractivo a las generaciones futuras y, con el paso del tiempo, se convirtiera en algo legendario. De igual modo, personas ambiciosas de poder y de gloria no vacilaron en seducir a las masas para lograr sus anhelos. Así nos encontramos con que, en gran parte de su existencia, la humanidad ha construido su historia a partir de las ilusiones del engaño. Han sido ficciones creadoras las que gestaron el pasado heroico de muchas naciones, entre ellas la Argentina. Así nuestra historiografía ha estado ligada a las tendencias políticas de los historiadores, que han sido siempre militantes partidarios. A mí no me gustan las ficciones ni los mitos históricos argentinos. Nuestra Historia auténtica es hermosa y en ella tenemos ejemplos de heroísmo y de amor a la Patria tan admirables, que no es necesario deformar o exagerar los hechos para que nos sintamos orgullosos de ser argentinos. En cuanto a nuestros próceres, ellos eran seres humanos de carne y hueso, en algunos aspectos quizás mejores que muchos de nosotros, en otros, tal vez no tanto. No es necesario canonizar a algunos de ellos y enlodar a otros. Los argentinos tenemos que empezar a ser tolerantes, a reconocer que cada uno de nosotros puede ser parte de la verdad, porque la verdad de cada uno no es absoluta. Harto de los múltiples ejemplos de personajes reales que el paso del tiempo ha ido desfigurando hasta convertirlos en míticas leyendas, decidí buscar la verdad, despojándome previamente de preferencias íntimas. Sin embargo, sin proponérmelo, dejé de lado mi intención primera, la de ser objetivo con los protagonistas de nuestra gesta Patria y me identifiqué plenamente con la causa de un héroe que fue injustamente olvidado por nuestra memoria colectiva. Me refiero al Coronel Manuel Dorrego, que en esta obra trato de expresarlo tal cual yo considero que él fue y se comportó en la vida real, no creando una imagen idealizada sino intentando pintar a un hombre extraordinario destacando sus luces y sus sombras. El Coronel Dorrego ha sido un importante protagonista de la historia argentina injustamente olvidado. Menciono el olvido porque actualmente se lo recuerda muy poco, sin tener en cuenta la relevancia que su presencia tuvo en los años forjadores de nuestra nacionalidad. Su figura se ha ido desdibujando en el recuerdo de los acontecimientos primigenios nuestra patria, a lo largo del tiempo, puesto que en general puede decirse que la visión argentina del pasado argentino se ha escindido en dos tendencias: la unitaria y la federal. Precisamente porque Dorrego fue en su momento el líder indiscutido de la tendencia federal porteña, su prestigio fue absorbido por Juan Manuel de Rosas. Caído este último del gobierno de la provincia de Buenos Aires, sus enemigos escribieron la historia argentina, según su propia óptica. Dorrego no fue atacado con la saña que se aplicó al Restaurador de las leyes, sino que simplemente fue uno más entre tantos personajes que se mencionan al pasar. A diferencia de Belgrano y de San Martín, que son presentados como hombres ejemplares, Dorrego se nos aparece como una persona de carne y hueso: Apasionado, irreverente y polémico. En él encontramos la rebeldía, la pasión, el patriotismo y el republicanismo rabiosos. Al contemplar su figura podemos reconocer a un argentino, más específicamente, a un porteño auténtico, con todas las virtudes y los defectos de que podemos vanagloriarnos actualmente. Hacía bromas pesadas, era altanero, locuaz, inteligente, temerario. Lo llamaron loco, demagogo y díscolo. Por circunstancias del destino, no estuvo en Buenos Aires en mayo de 1810, pero tuvo una participación destacada en la instalación de la Primera Junta de Gobierno Chilena. En Chile también apresó a un oficial español que se amotinó contra el gobierno patriota. Luego volvió para incorporarse en el Ejército del Norte tras la derrota argentina en Huaqui (ubicado en la actual Bolivia). Fue la mano derecha del General Belgrano y su participación en Tucumán y Salta determinó que esas dos batallas se convirtieran en triunfos para nuestras armas. También participó en la guerra civil suscitada entre los gobiernos de Buenos y las provincias bajo la férula de don José Artigas, Protector de los Pueblos Libres. Luego, en momentos de gran zozobra, por sus notorias convicciones republicanas fue exiliado del país, regresó en el caótico año 1820 y desde entonces se dedicó a defender el federalismo como el único sistema viable para organizar a la nación. Opositor de Rivadavia, tras la caída de este fue elevado a la gobernación de la provincia de Buenos Aires. Su vida admirable es desconocida para la gran masa de argentinos. Su biografía novelada, que hube de ordenar en cuatro tomos, comienza con su fusilamiento el 13 de diciembre de 1828, acontecimiento que es el más conocido con referencia a su persona y es citado respecto a los sucesos que llevaron a Juan Manuel de Rosas al poder. Así Dorrego aparece como un precursor de Rosas quien se muestra a si mismo como el Restaurador de las leyes y del orden social desestabilizado por las conspiraciones unitarias. Cuando yo me propuse investigar acerca de esto no entendía los motivos del por qué el General Juan Galo Lavalle, héroe que sirvió en el Ejército Libertador de José de San Martín, era el instrumento que cercenaba la vida de un legítimo gobernador federal para servir a los unitarios, que según el revisionismo de los rosistas, aparecen como servidores del cipayismo probritánico en el Río de la Plata. Entonces fui descubriendo que el llamado revisionismo histórico, a pesar de que dice muchas verdades, no explica adecuadamente nuestro pasado porque la historia argentina no puede explicarse solamente por la antítesis entre unitarios y federales y tampoco es tan sencilla como nos la presentan en la escuela primaria. No se reduce al primer gobierno patrio del 25 de mayo de 1810, ni a que el General Belgrano creó la bandera nacional, ni tampoco a la inmortal epopeya sanmartiniana. Fue un proceso espontáneo y vertiginoso, en el cual se debía improvisar permanentemente, dando respuesta a cuestiones urgentes y apremiantes. Los hombres públicos de entonces eran bastante idealistas e imaginativos, con una alta dosis de optimismo rayana en el delirio, pero también tenían buen criterio y sentido común. Debemos comprender que la gesta emancipadora hispanoamericana fue elaborada y dirigida por la élite propietaria e ilustrada, que ejerció su influjo sobre las clases populares americanas analfabetas, cuyo estado de civilización y condiciones sociopolíticas eran muy cercanos a los de los indígenas. De ahí que cada patricio dedicado a la actividad pública tuviese su propio criterio respecto a como debía organizarse los flamantes estados independizados del yugo español. De esa manera, cada personalidad descollante encarna un proyecto político diferente y una vez desaparecido el prócer, sus ideas tal cual eran desaparecían, aunque si el mensaje era muy seductor, surgían continuadores que modificaban algunos aspectos del planteo original. Dorrego no escapa a esta realidad, pero su personalidad aparece única por su actitud populachera, entremezclándose con los conductores de carretas, los sirvientes o los soldados, aunque estos fueran “compadritos” de las orillas de Buenos Aires o esclavos emancipados. Esta actitud incomprensible para sus aristocráticos contemporáneos, incluso muchos federales, que veían las diferencias sociales como algo natural, calificaban a nuestro protagonista como demagogo. Algunos autores han mostrado a Rosas en una postura semejante, lo cual no es totalmente correcto, pues el restaurador de las leyes tenía actitudes populares, pero nunca dejaba de ser un patrón de estancia y en tal calidad era querido y respetado. En cambio Dorrego es un revolucionario que nunca pierde el espíritu de 1810 y para quien el objetivo de la independencia es la república democrática, pues toda monarquía es sinónimo de despotismo y en tal condición es repudiable, sea española, extranjera o criolla. Por su personalidad espontánea y jovial, tan contrastante con otros próceres circunspectos de nuestro país, Manuel Dorrego se nos muestra como el más admirablemente humano de todos los héroes argentinos. En esta obra, excepto los capítulos 9 (Un amigo leal) y 18 (La religión de sus padres), en los cuales le di a mi imaginación la libertad de componer dos episodios verosímiles forjados por mi propia imaginación, todo el desarrollo se basa en rigurosos textos históricamente documentados. A continuación, invito a los lectores a que disfrutemos de la lectura del primer tomo de esta tetralogía, en la cual narro los acontecimientos ocurridos desde su nacimiento hasta que se retira del ejército auxiliar del Perú rumbo a Buenos Aires. Les propongo que, reviviendo sus patrióticas aventuras, rescatemos de las cenizas del olvido a este hombre singular, que también fuera llamado El Tribuno de la multitud.

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La encuadernación de esta edición es Tapa Blanda.

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