El derrocamiento de Isabel II abrió la puerta para que un nuevo personal político se hiciera con las riendas del gobierno municipal. Una de las primeras medidas que tomaron los revolucionarios fue el derribo de las tapias que habían encerrado e impedido el crecimiento de la capital desde tiempos de Felipe IV; también la puesta en marcha del Ensache, un plan de desarrollo urbano aprovado 8 años antes y que había quedado paralizado por problemas administrativos.