Este libro supone, de hecho, la praxis de la ternura, al mismo tiempo que pone en crisis un modo cristiano de existencia que queda en la superficie o se contenta con un cristianismo mediocre, sin garra y sin entusiasmo. La Iglesia debe anunciar a los creyentes que sin el evangelio de la ternura no se responde plenamente al evangelio del amor, que nos ha dejado el Maestro. El hombre y la mujer están llamados, ambos, a ir a la "escuela de ternura", enriqueciéndose mutuamente con sus dones y comprometiéndose a construir juntos, en un diálogo positivo y respetuoso de la diferencia, una auténtica "civilización de la ternura".