Los relatos emergen como frutos dispersos o cómo una “pintura surealista”. Sin embargo recorren el mismo camino en distintos tiempos, épocas, sucesos y lugares: Guanacache, viento zonda y la sabiduría del louco jefe, o en la casona de victoria escribiendo frente al mar, allí alguien dijo “esos os que vedos le pertenecen a la escritora” que invita muy frecuente a Federico García Lorca. En otro espacio alguien pensó: “tengo las cuerdas puestas, como Paganini, sólo me falta el violín!”. Iluminando el camino la serranita evoca: “aquellas piedras como un rosario y la figura del Cura Brochero en su mulita alada, sabiendo que lo que abunda sólo son necesidades”. Entre caldenes, cipreses y talas surgen bosques, lagos y el impulso sonoro del río abre camino en la montaña hasta sumergirse en el mar. Ausencias y dolores nos pintan de negro, “cómo el pajarito y la rama que lo sostiene”. Como en “cielo abierto”. Así se pintó el alma de “sietesacos” cuando el nido que cuidaba quedó tirado en el piso junto a la rama que talaron. Relato más relato y porque no un cuento, es decir un todo. Emociones, sentires, recuerdos, son pinceladas. Los colores saldrán de cada escritura “como los colores de violeta” o el amarillo de las margaritas silvestres de “casamiento en Monte Nievas” y si falta alguno, lo agradezco porque emociones, reflexiones y pensamientos colores que faltan los pondrá el lector.