La "muerte del afecto", planteada hace más de dos décadas por J. G. Ballard, se ha plasmado en filmes donde predominan la crueldad y la cosificación de las personas, proceso que culmina -sostiene Carina Maguregui-, en el reality show.Esta visión del hombre se contrapone a otros intentos, también hechos por el cine, de buscar una "resurrección" del afecto, una creciente demanda de actitudes éticas. En la primera parte, la autora dispara la hipótesis de que la televisión y ciertas películas nos harían perder la conciencia moral, y analiza la crueldad y la espectacularidad del mal en filmes de Cronenberg, Tavermer y Almodóvar, entre otros. En la segunda parte, el paradigma es Dikóbraz, un personaje apenas mencionado en el filme Stalker (de Tarkovski), que termina suicidándose al darse cuenta de cuáles eran sus peores deseos. Para la autora representa la conciencia, que analiza centrándose en tres filmes de Kieslowski (Decálogo 1, 2 y 5) y Las alas del deseo, de Wim Wenders, con menciones a Tarkovski. Muerte y resurrección del afecto es un alegato ético contra el relativismo posmoderno, una reivindicación de la preeminencia del ser sobre el hacer para rescatar al sujeto moral de sus cosificaciones. PABLO CAPANNA