'Una de las condiciones indispensables para redactar un libro famoso, un libro que las generaciones futuras no se resignarán a dejar morir, puede ser el no proponérselo. El sentido de responsabilidad puede trabar o detener las operaciones estéticas y un impulso ajeno a las artes puede ser favorable. Se conjetura que Virgilio escribió su Eneida por mandato de Augusto; el Capitán Miguel de Cervantes no buscaba otra cosa que una parodia de las novelas caballerescas; Shakespeare, que era empresario, componía o adaptaba piezas para sus cómicos, no para el examen de Coleridge o Lessing. No muy diverso y menos indescifrable habrá sido el caso del periodista federal José Hernández. El propósito que lo movió a escribir el Martín Fierro tiene que haber sido, al comienzo, menos estético que político. La ejecución de la obra seguía el camino previsto, pero gradualmente se produjo una cosa mágica o por Lo menos misteriosa. Fierro se impuso a Hernández. En lugar de la víctima quejumbrosa que la fábula requería, surgió el duro varón que sabemos, prófugo, desertor, cantor, cuchillero y, para algunos, paladín.' Jorge Luis Borges