Lima, 1871. Una ciudad en revuelta, un año convulso. En esta cartografía bien definida, se ha hilado con maestría una trama que nos renueva aquella «terca apuesta por el sí», como el historiador Jorge Basadre definió al Perú. La idea central que recorre esta primera novela de Irma López de Castilla Delgado es la fe en una utopía, en un incipiente pero anhelado concepto de democracia en un país de caudillos, el momento único de la posible renovación de un país, un proyecto de nación distinto que se gesta en el espíritu de diversos personajes, en su mayoría mujeres, cuyas nobles intenciones no están exentas de pasiones personales a menudo borrascosas. De otro lado, el relato es también un estudio riguroso de la época, con descripciones precisas de la arcadia colonial que era aún Lima. Castilla, Pardo, Echenique, figuras políticas de esa época, sobre los que se discute con pasión en «Luna de abril», dejarán en el lector la impresión de que se trata de personajes públicos actuales. Mezcla de thriller político y relato de costumbres de una época superficialmente idílica, aunque en esta ya anida cierto halo funesto que desembocará en tragedia nacional, una vez más. Pero hay también intimismo —un diario personal— e intimidad —historias de amor que se tejen por dentro de una trama política que vibra en medio de conspiraciones, clandestinidades, espionaje—. El título no es, sin embargo, una metáfora, sino un hecho preciso que se encuentra en el cénit de la novela. «Luna de abril» no es del todo una novela histórica, pues hay un relato contemporáneo que la autora encadena con destreza con los hechos sucedidos en la segunda mitad del siglo XIX, dos centurias distintas que parecen contemplarse como en un espejo. (Alfredo Vanini)