La Acustica de los Iglus

Sanchez, Almudena · Odelia Editora

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Reseña del libro

Salomé obedeció las indicaciones de Poliana; porque a través de las cortinas pude ver su pose recta; inflexible. Parecía que estuviera clavada a una cruz (la música tiene algo evangelizador que no sabría explicar).A continuación; cogió tanto aire que parecía que iba a dejar a los espectadores asfixiados. Se lo llevó todo para ella; toda la atmósfera entera. Tras los gestos preparatorios cerró los ojos y embistió con tanta rabia al piano que se acabó pegando con la cabeza en la caja de resonancia. Y empezó a salir sangre de su cabeza; a presión; como si tuviera un aspersor allí clavado; mortífero. Y dos segundos más tarde; resbaló despacio hacia el teclado; medio inconsciente; y sonó un acorde terrible; catastrófico y espectral; como de preludio de Béla Bartók; pero mal interpretado; diabólico; porque sus brazos cayeron derrumbados sobre las teclas más graves del piano y se deformaron un poco. Creo que fue Poliana; o no sé si fue ella; porque yo estaba muy mareada; la que se disculpó ante los oyentes y cerró el telón. El público ya había tenido espectáculo suficiente. A Salomé se la llevaron enseguida. Vinieron dos hombres con una camilla. No me dejaron decirle hola; ni adiós; ni qué tal; ni te ha dolido; ni estás viva o muerta o paralítica; ni qué voy a hacer sin ti. No me dejaron despedirme.Poliana empezó a limpiar el piano; que estaba lleno de sangre. Sangre en las teclas. Había que desmontar el artilugio. Reestructurarlo. Desentumecerlo. Y había; también; sangre en los pedales. Y en el suelo. Y el Rh de Salomé era; por basarnos en datos empíricos; cero positivo.Ante tanta cantidad de sangre; Poliana lo que hizo fue pasar una fregona con un poco de desinfectante. Desde el inicio del concierto no había hecho más que limpiar y limpiar. Ella estaba preocupada por el piano y yo por Salomé. Lo desinfectó como pudo y a mí me recordó a mi madre; fregando platos con tomate frito petrificado. El color de la sangre era muy vivo. No se lo dije a nadie; pero yo hubiera guardado esa sangre en un bote de cristal para mirarla y volverla a mirar; hasta que se secara; hasta que se la comieran los microbios. Era parte de Salomé: su ADN; su esencia; su perfume; su sexo; sus vísceras; su temperamento; su núcleo; su vergüenza. Ella era una niña de sangre caliente; escandalosa a veces; sobre todo cuando me besaba y se enfebrecía.

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