Yáñez inaugura su poesía con cierta contundencia y una ambición que asusta. Hace poesía como quien se quita la ropa en una plaza pública, para luego entregase al lenguaje y a la musicalidad. Hay misticismo en cada verso, entre el amor materno, la carcomida pero renovada esperanza, el erotismo, el amor por la humanidad, la magia de la mujer. Explora mediante poemas breves y versos ligeros, cargados de sentido y significado, además de palabras cotidianas con usos tan arbitrarios, como se entiende una obra auténtica. Hay un sutil escolasticismo, quizás un refinado humanismo. El autor intenta una estética nostálgica, a la vez que contemporánea. Que a nadie le extrañe que consiga un buen lugar entre los lectores de hoy.