Su sonrisa, el dedo índice levantado, los besos afectuosos especialmente a los niños y a los enfermos, sus «por favor» y «buenas tardes», las palabras en un italiano a veces incierto pero siempre claras como el sol, el rechazo del lujo, su actuación un poco «indisciplinada»... Inmediatamente, Francisco ha caído simpático a todos, también a muchos seguidores de otras religiones o a personas que no creen en Dios.