A partir de la época moderna, vemos el olvido del orden superior del ser que nos conduce a Dios. Las ciencias, apartándose de una visión trascendente, pretendieron explicar todo por medio de lo temporal: una ética sin religión, una política que olvida el propio ser, una existencia del hombre vuelta exclusivamente para el goce y el placer, una filosofía que cuestionaba el realismo, haciendo de la abstracción el único medio del conocimiento, o en el polo opuesto el positivismo y el materialismo, despreciando la metafísica y lo sobrenatural. Este fraccionamiento de las ciencias condujo a la especialización en un determinado campo, impidiendo ver el conjunto en el cual se encaja cada pensamiento y, muchas veces, deformando la naturaleza intrínseca del ser, olvidando los principios metafísicos como el de la unidad y la variedad. La consecuencia práctica de dichos desvíos fue la frustración y la pérdida de sentido del hombre actual. Entendiendo las realidades superiores como un complemento de nuestra existencia acá en la tierra, éstas nos darán el rumbo que debemos tomar hacia la eternidad. Lo contrario de esto sería el envilecimiento del alma humana, rechazando toda forma de coraje y heroísmo que implica la aceptación de su condición contingente, la práctica de la virtud y el rechazo al pecado. Es decir, el rechazo absoluto del lema "libertad, igualdad y fraternidad" y su influencia en la existencia humana: antropológica, social y política. Pensando, queriendo y viviendo un orden que prestigie la autoridad, la jerarquía, la caridad cristiana y el dolor, diferente de la vida filantrópica y hedonista, aparece un hombre con personalidad y carácter, diferente del anónimo que vive de la "respiración común" de todos los hombres, sin criterio, sin voluntad y movido solamente por la sensibilidad.