Cuando, en 1890, el Lippincott s Magazine publicó el retrato de Dorian Gray, el rechazo y condena de la crítica inglesa fue casi unánime. El fundamento de la crítica era aún más perverso e hipócrita que los motivos que la suscitaron. Nadie recordaría hoy a esos oscuros censores si no fuera por la obra de Wilde. Oscar Wilde estaba acusado de horrorizar al público inglés, sin embargo, esta objeción, casi circunstancial, venía a encubrir un juicio a su homosexualidad, el cual tomaba el rodeo del producto literario para fustigar al autor por ese delito. Lo cierto es que esa magnífica obra pone al descubierto la hipocresía y superficialidad de la aristocracia británica, y muestra a sus exponentes más abominables valiéndose de una historia sorprendente que recuerda a ciertos pactos celebrados con el diablo para superar las debilidades y la finitud humana y alcanzar el sueño de una juventud y belleza eternas.
"Exelente. Muy entretenido, intrigante de principio a fin. Final inesperado."