El Fútbol: Esa Metáfora

Juan Carlos Rodas Montoya · U. Pontificia Bolivariana

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Reseña del libro

Reuerdo con nostalgia las palabras de mi mamá cuando nos veía a todos, los 10 hermanos, sus hijos, en pleno duelo futbolístico separados en dos equipos de a cinco. Iván y Martha, los mayores, escogían al pico y monto a sus equipos. Iván siempre quería jugar con Javier, era el mejor, el 10 de los griegos. Martha escogía a Luis, el defensa-muro. A los demás nos escogían por estar ahí, no había más remedio. Gloria era portera y lo hacía bien. Oiga y Ana no sabían nada de eso, pero se paraban y corrían sin rumbo fijo, pero participaban, gritaban y salían y entraban como se sale y entra en una rumba o en un bingo bailable. Luchi, Luchi, jugaba, pero no sabía qué era eso de hacer goles ni entendía por qué había que meter goles y tampoco se interesaba mucho por aprender. Adriana sí era muy delicada con el manejo del balón.  Hacía la 31 con tacones y todo. Nos quedamos perplejos cuando hicimos la apuesta por el huevito del desayuno y ella empataba con Javier. Y yo, el más "tronco" de todos, sin saber qué hacer en la cancha porque estaba empezando a leer sobre filósofos y escritores existenciales. Pero las sentencias cariñosas de mi mamá eran muy dicientes: "Van a acabar con esta casa o qué, culicagaos". La casa realmente no era una casa, era un solar en el que cada uno construyó sus sueños, sus historias y sus sinos fatales, trágicos y ficcionales. Había que hacer goles y todos, de alguna manera, nos hicimos goleadores de la existencia. Iván todavía

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