El COVID-19 fue causado por el virus SARS-CoV-2, desencadenándose en diciembre de 2019 en la provincia de Hubei, China y expandiéndose por todo el mundo a tal grado que el 30 de enero de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró una emergencia de salud pública de importancia global (Mahase, 2020). El 12 de marzo la OMS la señaló como pandemia y, para entonces, ya se habían reportado 125,000 casos en 118 países (Adhanom, 2020) en un mundo fuertemente hiperconectado donde los impactos de la enfermedad van más allá de la mortalidad (personas que mueren) y la morbilidad (personas incapacitadas o que cuidan a incapacitados y no pueden trabajar durante un período) debido a que se han hecho evidentes cadenas de efectos complejamente interconectados. El primer hecho trascendental se suscitó en medio de la desaceleración de la economía china e impactando en empresas de todo el mundo que dependen de sus insumos; por lo que se experimentaron contracciones en las cadenas de suministro a nivel global y más importante cierto pánico que distorsionó patrones de consumo habituales (McKibbin y Fernando, 2020).