La señorita Sonia se entusiasma en la semioscuridad del compartimento de un tren de lar-ga distancia con el espléndido capitán de húsares que la conduce (¿la conduce?) a los pla-ceres del diálogo filosófico y de la perversión. Como en otras novelas escritas por mujeres, el eco de Sherezade está siempre presente y quien narra la historia tiene el lugar decisivo: ajena a las precauciones restrictivas de la literatura moderna, la narradora analiza las pasiones, sabe todo sobre todos y se desplaza con malicia por la superficie del relato; exterior a la trama, la ilumina con su intrigante ironía.Sería exagerado decir que esta novela inaugura la literatura erótica en Argentina; en realidad sólo actualiza entre nosotros una narrativa que hace de la sabiduría y el goce de la mujer su tema central.