El hombre que en el México antiguo ocupa la cúspide del poder ostenta el título de “Huey tlatohuani” que puede ser traducido como “Gran orador”, “Portavoz” o “Gran señor de la palabra”, y que hace alusión no sólo al calibre de su rango sino también a sus altas cualidades en el manejo de la oratoria. Al arribar en 1519 Hernán Cortés para dar fin al ciclo bicentenario de la historia de México-Tenochtitlan, se vive allí un periodo agitado bajo el efecto psicológico de extraños sucesos y premoniciones. Y es allí donde, sobre 25 millones de almas, impera Motecuhzoma, detentador de un poder que lo ha convertido de facto en el amo indiscutible de uno de los imperios más formidables de la tierra. Como Çem-Anahuak tlatohuani, Motecuhzoma “El Joven” tendrá que presenciar cómo el destino, poco tiempo después, va a trocar paradójicamente todo ese poder en su mayor debilidad al convertirlo en la coartada propicia que sus más enconados enemigos esgrimieron contra él y los suyos para contribuir más tarde a que se acelere aquella estruendosa e inesperada caída que aun pasados los siglos es aún fuente de asombro y controversia sin dejar, a la vez, tanto de sorprender como de desconcertar.