A Borges se le podría rezar, estoy seguro de que hace milagros. Solo que los hombres comunes descreemos de esa capacidad del escritor más íntegro del siglo veinte para obrar prodigios. He aquí una prueba de ello: sigue vivo entre nosotros, después de cuarenta años de su presencia fugaz por estas tierras enajenadas que, cierta vez, se llamaron Colombia. Recordarlo también es una forma de rezarle; invocarlo, mejor, para que proceda en nosotros el asombro de la fe, que es volver a creer en lo que no vemos, pero está ahí, como sus letras inmortales, o como estas placas bruñidas que alguna vez logró el fotógrafo juvenil que fui. "Borges nuestro, que estás en Ginebra, santificados sean tu Nombre y tus versos…”
"Un libro diferente, muy bien logrado."