Baja Fidelidad

Jonnarhan Opazo · Aparte

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Reseña del libro

El gramófono es una prótesis de la memoria a la que podemos echar mano en nuestra soledad, esa soledad generosa con la creación pero que en un momento exige una voz, la vibración de una voz. Así aparecen los poemas, como manchas que toman lentamente forma en el papel, no como  el estridente megáfono sino como una vibración que de a poco aparece, no se detecta su comienzo a veces. No sabemos qué es más nos seduce, no es necesario ser experto en ornitología para disfrutar el canto del chercán, el poema no exige exámenes para ser escrito ni apreciado. Han intentado ponerlos, pero eso no funciona.  Cada tanto aparecen voces, ecos, nada se puede hacer contra eso, no se puede acallar esos susurros, esas vibraciones. En poesía, nadie puede ser el último en apagar la luz y cerrar la puerta. Nos queda sólo el presente del sonido del río o del sonido de una transformador de electricidad que alimenta parte de una ciudad. Esos siseos, esos sonidos continuos prefiere el autor de estos poemas, esos sonidos en donde no hay jerarquía entre un sonido y otro.  Entre esos sonidos no hay clases sociales sino una clase única. Nada puede hacer contra estos sonidos eternos como mantras y sus ecos la histeria dictatorial del grito por ejemplo. Ambos, ni original ni grabación perdurarán, nada es eterno ni hay infinito sin embargo  está la posibilidad del puro presente en el escuchar sin intentar traducir el ruido continuo del cableado eléctrico o del río. Está el tema, además, de la fidelidad a la partitura: todos interpretarán diferente. Y la fidelidad de la intuición previa al poema con el poema. Dijo alguien una vez: las melodías que se escuchan son hermosas/pero las que no se escuchan lo son aún más.  Estos poemas son un intento de ser fiel a esas melodías no escuchadas. 

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